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Salud infantil, el regalo navideño

  • Foto del escritor: globaloaxaca
    globaloaxaca
  • 26 dic 2018
  • 4 Min. de lectura

Desde el 12 de octubre pasado que su hijo, Said, ingresó al Hospital de la Niñez Oaxaqueña doctor Guillermo Zárate Mijangos, Ana Laura Salmorán Salmorán no sabe cuándo volverán a Putla Villa de Guerrero.


Es la primera vez que pasó la Navidad en un nosocomio, pero no le importa, lo único que desea es que Said supere el síndrome de Guillain Barré (GBS, por sus siglas en inglés) que lo puso al borde de la muerte y le inmovilizó todo el cuerpo.


Nunca imaginó verlo inmóvil de pies a cabeza, sin poder respirar por sí mismo. Tres días antes había tenido un resfriado, algo de diarrea y la aplicación de una vacuna fue el catalizador de una estancia que la imposibilita retirarse de San Bartolo Coyotepec, donde se asienta el Hospital de la Niñez.


En el Hospital de Chalcatongo de Hidalgo, el más cercano a su comunidad, no había el especialista ni medicamento para atender a Said que primero ingresó a urgencias y después a terapia intensiva, pero que aún no puede recibir la alta porque sus pies carecen de fuerza para moverse, tampoco puede respirar sin el ventilador mecánico.


Carencias en el primer nivel


Esas mismas carencias de infraestructura y operatividad obligaron a que Mitzi y su esposo Concepción llegaran al Hospital de la Niñez Oaxaqueña. Antes de cumplir un mes de nacido, Uriel fue intervenido para corregir una hipertrofia pilórica; esa estructura de paso al estómago estaba cerrada y le impedía aceptar cualquier tipo de alimento.


Su madre recuerda que el 1 de diciembre pasado su segundo hijo nació bien, en el Hospital de San Pablo Huixtepec, pero a los diez días empezó a vomitar. Debió acudir a un pediatra particular porque en la comunidad de El Carmen, en Santa Inés del Monte, donde viven, el centro de salud crece de médico.


Por eso, lo que menos quiere es que la cicatriz en Uriel se infecte en estos días o enfrente cualquier otro problema de salud, por leve que esté sea.


“Si espero a que llegue el doctor con la brigada médica, ya pasaría un mes y no sé qué le ocurriría a su bebé”, dice una madre que ahora valora más que antes la salud de su hijo, a quien el 18 de diciembre le dieron de alta y volvió por un chequeo de rutina.


En espera de buenas noticias


Para quien ha pasado semanas o meses en este nosocomio, un diagnóstico positivo es una dicha multiplicada. Con sólo recordar la Navidad que Leticia José Mendoza pasó con Diana hace dos años entre ruegos para que superara la leucemia mieloide, la señora originaria de Buenavista Loxicha se desgaja en llanto.


Diana, ahora de cinco años y recuperada, la mira y escucha con atención, atestiguó el dolor, pero también el viacrucis que empezó el 26 de octubre de 2016 y que se multiplicó por la saturación del Hospital General doctor Aurelio Valdivieso; la cita para Rayos X la habían programado dos meses después para determinar la complejidad de un moretón cerca de su pie izquierdo y el dolor de huesos en la pequeña.


“Mi hija ya no resistió”, recuerda y explica que debió recurrir a un médico particular para que, con estudios de laboratorio, pudiera hacerle entender que el color que había perdido en su piel y la fiebre era por un cáncer.

Después de sortear la falta de cama, ingresó al Hospital de la Niñez con 40 grados de temperatura y no salió de ahí hasta mayo del año siguiente.


La Navidad de 2016 “fue una época muy triste porque no estaba con mis hijas”, Adriana de 12 años y Fernanda de nueve. Por más que su esposo Gerardio le insistía que se fuera a casa a descansar, ni un día dejó el hospital. era Diana quien la consolaba.


“Cuando lloraba y me ponía mal, solas las dos en el cuarto, ella me decía que se iba a sanar, me daba el ánimo y la paciencia”, ambas se fortalecían con ese amor y la esperanza de vida.


Esperanza de vida


El 14 de febrero del 2017 recibió la primera buena noticia, el tratamiento iba funcionando muy bien y estaba por concluirlo. Así fue y ahora regresa a chequeos cada tres meses, esta Navidad la pudieron pasar juntas, con toda la familia, “agradeciendo el milagro de que ella está viva”.


Con Paul de cinco años y Natalia de 8 años sanos, Erika Marisol Arroyo Eugenio no pidió nada más para Navidad y, si pudiera compartir algo, sería la esperanza para que quienes pasaron lo mismo que ella crean que, aunque el camino parezca difícil, si se puede ver salir a sus hijos del hospital.


Lo más difícil para Ericka fue recibir, en mayo de 2016, la noticia de que Natalia, con síndrome de down, tenía leucemia, un diagnóstico que llegó un año después de la muerte de su esposo, lo que reavivó el duelo.


Natalia empezó a sangrar de la nariz, le siguieron fiebres altas y el antibiótico no le permitía mejoría. Cuatro meses requirió tratamiento intravenoso, hasta que un estudio de laboratorio le confirmó que las células cancerígenas ya no aparecían.


Entonces empezó tratamiento oral que apenas dejó hace un mes, cuando le confirmaron que Natalia superó la leucemia, pero en ocasiones aún tiene recaídas, como hace 20 días que presentó fiebre y estuvo tres días hospitalizada.


El peor momento para estar en un hospital


Para el director del nosocomio, Luis Aquino Santiago, tener a un hijo o una hija hospitalizado es todavía más difícil en estas fechas, cuando se acostumbra a pasar Navidad en casa y en el círculo familiar.


A quienes ayer u hoy no se les puede dar de alta es porque iniciaron un tratamiento de quimioterapia o tienen una prematurez que los hace dependen de dispositivos mecánicos para poder seguir con vida.


En Ana Laura la angustia de estos meses se mezcla con un dolor que le divide el corazón: no estar con su hija Britany para abrazarla en estas fechas, pero no siente culpa, sabe que la prioridad es la salud de su hijo menor.

Si pudiera recibir un regalo le ilusiona recibir la noticia de que la salud de su hijo ha mejorado y se puede ir a casa.


 
 
 

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